martes, 10 de noviembre de 2009

EL HAMBRE EN LA TIERRA DE LA ABUNDANCIA
Primera Parte

Los chaqueños nos debemos un profundo debate sobre las razones del hambre en las zonas rurales. Que es en gran medida el que determina el éxodo hacia las ciudades y la formación de villas en las que se agudiza la miseria y los conflictos sociales. Si somos capaces de darlo podremos encontrar el comienzo de las soluciones, de lo contrario nos aguardan tiempos de mayores bolsones de degradación humana y miseria incomprensible en esta tierra de la abundancia.

Otros tiempos. La autosatisfacción del consumo con trabajo y dignidad.
Los que tenemos algunos años, y hemos nacido y crecido en el campo conocimos otra forma de vida. Una vida en la que las necesidades alimentarias eran holgadamente satisfechas con el trabajo diario de la familia en la producción para el autoconsumo, paralelamente a la actividad productiva comercial.
Nacimos y vivimos en aquellas colonias de los años 50/60 por ejemplo, donde en cada chacra la casa era construida por sus moradores, primero rancho de palo a pique y enchorizado de barro, las que luego, ahorrando peso sobre peso, se transformaron en viviendas de material, algunas verdaderas mansiones para aquellos tiempos y también para los actuales. Ni materiales, ni chapas, ni jornales, ni Plan Trabajar, ni Programas de Entrenamiento Laboral (PEL), ni PEC, ni becas, ni mucho menos Ayuda Alimentaria, ni nada de parte del estado. Solo trabajo, trabajo y más trabajo familiar. Y ahorro, deseos de progreso, y una clara escala de prioridades. La comida, la escuela y la vivienda estaban antes que la radio, el reloj y la bicicleta. Esto en chacras pequeñas, trabajadas por la familia e incorporación de mano de obra extra exclusivamente para las carpidas y cosechas en algunos casos. El Ministerio de Desarrollo Social al que se recurría por comida, sin listas, sin punteros, sin pícaros “lideres” piqueteros, sin clientelismo, con enorme dignidad, era la tierra. La tierra proveía y provee toda la comida necesaria. Solo nos exige que la trabajemos, que nos levantemos bien temprano todos los días para que ella nos devuelva todo lo que le pidamos.

Recordamos esas casas rodeadas de frutales tales como naranjas, mandarinas, peras, granadas, duraznos, manzanas verdes, higos, naranjas amargas para dulces, con sus quintas de una hectárea en la que no faltaba lechuga, acelga, repollo, tomates, zanahorias, rabanitos, maíz para choclos, zapallos, sandías, pimientos, cebollas, ajo, perejil, parrales con uvas, diez cajones de abejas, cien o más gallinas, patos, pavos, guineas, etc., etc. Además de un número suficiente de ovejas, chivos y cerdos para el consumo, como así también unos pocos vacunos para la obtención de abundante leche y la entrega de tanto en tanto de uno al carnicero de la zona para luego retirar carne. Habiendo leche nunca faltaba manteca, quesos de distintos tipos, dulce de leche, y lo que fue la avanzada de los actuales yogures. Con la miel sobreabundante se hacían refrescos y una bebida espirituosa producto de la fermentación. Las frutas que no se consumían frescas se transformaban en dulces que se almacenaban para el consumo anual. Las ovejas cuya carne se aprovechaba fresca o se ahumaba como el cerdo, proporcionaban también la lana que los chicos lavábamos, secábamos y cardábamos para colchones y almohadas.

Trabajo, prioridades, ahorro y espíritu de progreso como bases del desarrollo.
Así crecimos, y, los de aquellas generaciones, lo recordamos y destacamos con una enorme gratitud hacia esas mujeres y esos hombres, luchadores natos y aguerridos si los hubo. Criollos, santiagueños, correntinos, nativos, y también gringos. Estos, más pobres materialmente que los más pobres de hoy. Venían del otro lado del mundo, muertos de hambre y con lo puesto. En su vida habían escuchado una sola palabra en castellano. El estado argentino los acogió y les otorgó un pequeño pedazo de tierra, herramientas de mano, algunos bueyes y semillas. Esto una sola vez. Repito: una sola vez. Mi padre vivió hasta los noventa y un años, y cada día de su vida agradeció al estado argentino esa única vez que lo ayudó. El y los de su tiempo no necesitaron más. Eran dignos, trabajadores, amaron a la tierra que les dio todo, y tenían en sus corazones el espíritu del progreso y la construcción de una mejor calidad de vida para sí, pero especialmente para sus hijos. Se levantaban a las cinco de la mañana –hete aquí uno de los grandes secretos-, no había tractores, no había luz eléctrica, no había cocinas a gas, no había radio ni televisión, no había celulares, no había medios de movilidad, ni caminos, solo picadas, pero tenían lo más valioso que un ser humano debe tener: dignidad y cultura del trabajo. Así nos criaron: sin carencias alimenticias de ningún tipo y con una obligación indiscutible: ir a la escuela, estudiar, instruirnos, progresar.

Plagas, pérdidas, mas trabajo, solidaridad y progreso.
Se enfrentaron a persistentes, grandes y destructoras plagas, eran muchas, pero vale recordar dos:
La primera de ellas la constituían las langostas, que cubrían los horizontes y tapaban el sol. Verdaderas nubes que oscurecían el día más espléndido y también el promisorio futuro. Cuando hambrientas se lanzaban sobre los campos en busca de su alimento, que no era otro que el fruto del trabajo de nuestros mayores, dejaban la tierra yerma... el trabajo rudo con bueyes y arados mancera… la esperanza puesta en esas melgas se hacían añicos en un instante... Resuena en nuestros oídos el sonido que producían las langostas comiendo las tiernas plantitas de algodón hasta dejar solo interminables hileras de desnudos palitos. En nuestra memoria y en nuestras retinas quedarán para siempre las imágenes de la desesperación de los mayores, hombres y mujeres corriendo campo traviesa agitando trapos y gritando en el vano intento por evitar la catástrofe. Y su regreso a casa usando en casos el mismo trapo para secar las lágrimas por el enorme esfuerzo esfumado. Luego de perder toda la siembra, y sin dejar ni llevar el arado para cortar rutas y mendigar dádivas que dañan la dignidad propia, redoblaban el esfuerzo, madrugaban más y prolongaban las jornadas para recuperar lo perdido. Y de esa manera, en muchos casos con la ayuda solidaria de vecinos, parientes y amigos que habían tenido la suerte de no perder lo suyo, se impusieron también a las dificultades ocasionadas por esta terrible plaga que podemos llamar depredadora natural.

Proximamente la Segunda Parte

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenas, luego de leer la nota, me gustaria dejar mi comentario.

Primero me gustaria aclarar que soy joven, tengo veintitantos años.
Segundo me gustaria aclarar que naci en la ciudad y dentro de la clase media. Nunca sufri necesidades materiales. Tal vez espirituales. En lo profundo, estas dos variables se interelacionan, pero eso dejo a la razon de cada cual.

Me gustaria hacer saber que existe el interes de muchos jovenes de volver a lo que nunca fue de ellos. Al campo. jovenes que ya conocieron y aprendieron de ciudades, ruidos y humo de caño de escape. Jovenes que ya trabajaron por monedas en empresas, alimentando alforjas desconocidas, muchas veces multinacionales. Trabajos insoportables. Cuerpos jovenes con necesidad de trabajo fisico, no de oficina. Jovenes muchos que vemos todo desparejo, todo torcido, todo en contubernio, desde lo cotidiado. en donde la lectura de un diario se hace insoportable. Espero se me comprenda y si no, quizas este texto no sea para quien lea.

En esto, el campo, lo mencionado en la nota, surje como una alternativa y no es un fenomeno local. En todo el mundo se montan granjas colectivas, de "permacultura" le llaman ahora. La permacultura es justamente lo que se menciona en la nota, conceptualizado por esta rara cultura global que necesita de conceptos y lenguaje para su multiplicacion. un sueco escribio un libro que se llama "introduccion a la permacultura", que tranquilamente lo podria haber escrito mi abuelo, e internet hizo el resto. Hoy se montan granjas en todo centroamerica, latinoamerica y el mundo.

Ahora, realizando un analisis generacional, doto de culpa sana a la generacion de mis padres. sera entre los 45 y 65 años. Esa generaciòn creo es la que abandono y ya no enseño los oficios del amanecer, Plantar segun la luna, escuchar a las ranas, etc. Es la generaciòn en donde la TV y los medios y el capitalismo han calado, debilitando y deformando todo, alejandonos de la natural tendencia a plantar y cosechar. A partir de aqui solo se cosecharà dinero y en vez de la luna, se vera la tele.

Supongo que escribo para plasmar la existencia de jovenes que desean fuertemente ver a sus hijos a caballo.

Espero la segunda parte para tomar anotaciones sobre lo que se hacia la zona y se puede hacer...saludazos

silvana dijo...

qué gratificante sería que las personas que cortan rutas o montan carpas pidiendo dádivas, reclamaran el fomento de cooperativas donde puedan producir sus propios productos para consumo y comercializacion.. que pidan trabajo, oportunidades de mantenerse (en principio) y de progresar. educacion para sus hijos.. escuelas técnicas para que ellos tengan un oficio.. en vez de exigir limosnas y seguir en la misma miseria en la que los sumieron las políticas que históricamente "se desligan" de las responsabilidades del estado..
es hermoso que cuentes esas historias, que no son de la antigüedad, son de hace pocos años.. no hace taanto que la gente trabajaba para vivir.. aunque parezca lejano, no?
espero la 2ª parte..
un abrazo